Lo que me dispongo a escribir
a continuación es algo que no debería escribir ni contar pero lo necesito y
espero que ella entienda el motivo y me perdone por ello.
Hace 22 años que conozco a una
chica, una amiga. Vivimos en el mismo barrio y prácticamente nos hemos criado
juntas, pero nunca fuimos grandes amigas. Ella tenía su grupito de amigas y yo
las mías. Pero hace aproximadamente 6 años que todo esto cambió. Un cambio
radical en su vida daría lugar al inicio de lo que hoy es nuestra amistad.
Muchos saben que la amistad que nos une es muy grande, pero casi todos ignoran la
historia que hay detrás.
Por aquellos entonces, ella acababa
de terminar la ESO. Sus mejores amigas eran las del colegio, con las cuales compartió
toda su infancia y parte de su adolescencia. Era la hora de empezar una nueva
etapa, la del Bachillerato, pero la distribución de clases hizo que ella cayera en
un clase diferente a las de todas sus amigas. Se quedaba “sola” en clase. Acostumbrada a
pasar muchas horas con ellas, no consiguió asimilar este obstáculo para
algunos, problema para ella. Parecerá una tontería, pero cada persona es un
mundo y no todos aceptamos los cambios de la misma forma. Ella veía que esta separación
podía dañar su amistad con ellas, y más tarde, tristemente confirmaría este
hecho. Sus mejores amigas, las que habían estado con ella cada día desde pequeñas
empezaron a darle de lado, no la llamaban, le ponían escusas para no verla y
alguna que otra se encargó de hacerle más daño de la cuenta, daño que voy
ahorrarme y que sufrió durante cerca de dos años.
Así y de esa manera, empezó a sentirse sola
con escasos 16 años. Ella, cada día se preguntaba ¿Por qué me hacen esto? ¿Por
qué a mí? Día tras día tenía que ver como ellas eran felices, entraban y salían,
mientras ella se quedaba en casa llorando y sin amigas. Tal llegó el extremo, que quiso dejar el bachiller, quiso dejar de
estudiar. No se sentía con fuerzas ni ganas de seguir adelante. El dolor que
aquella situación le causaba era más grande que sus ganas y capacidad de
afrontarlo. Es duro ver como una niña de apenas 16 años, empezaba a entrar en
una depresión que la sumía a no querer ir al instituto. Sin más amigas con las
que salir y compartir, y sin ganas de estudiar y seguir adelante ¿Qué más le podía
quedar?
Pues una madre. El coraje y el
amor de una madre, que haría cualquier cosa por verla bien. Charla tras charla
con ella, día tras día, hora tras hora dedicada a escucharla, aconsejarla. Ante
la desesperación y decidida a no verla hundida, acudió a un especialista. Haría
todo lo que hiciera falta, y movería cielo y tierra por verla de nuevo bien.
Nosotras, un día, sin más,
empezamos hablar, le pregunte que le pasaba y decidió contarme por lo que
estaba pasando. En aquel momento, no sabía que podía hacer por ella, así que me
limité a escucharla. Tampoco es que nos uniera una gran amistad, pero día tras día,
justo después de comer, las dos nos asomábamos a una ventana y pasábamos horas
y horas hablando, bueno más bien me limitaba a escucharla. Escuchaba todo lo
que llevaba dentro, todo el daño que le producía vivir aquella situación.
Escuche frases duras por su parte, que para mi quedaran guardadas. La he visto
soltar muchas lágrimas por unas amistades que demostraron que no merecían la pena.
Dos años de instituto de verdadero tormento lo que vivió. Pero como todas las
etapas, esa también llegó a su fin. Con esfuerzo y ayuda, consiguió sacarse
bachillerato. Pero no solo había conseguido superar el problema, afrontarlo y
sacarse un titulo, ganó una amiga, quizás una, pero mucho mejor que las que
dejó atrás, yo. Fue ahí donde realmente comenzó nuestra historia. Esta amistad
que crece cada día más y se hace más consistente.
Hace 6 años cuando todo esto comenzó,
ella me escribió una carta, me daba las gracias por haber estado ahí, por no
haberla dejado sola y por haberme convertido en uno de sus apoyos en todo ese
tiempo. fue entonces cuando le hice un trato, cada cumpleaños, una le escribiría una carta
a la otra, contando cómo había vivido ese año. Trato que no podía romperse si
alguna de las dos se marchaba fuera a estudiar o cualquier otro motivo.
Prometimos que cada cumpleaños cada una recibiría su carta. Y así ha sido, hace
6 años que comenzó un juego de cartas entre las dos.
Una vez acabado el instituto, comenzaría
una etapa distinta, la universidad. Dejando atrás todos sus miedos, afrontaba
este reto con ganas e ilusión por conocer a gente nueva. Gente de verdad. Sabia
quería en su vida y que no. En los tres años de carrera, pudo reemplazar todo el daño que vivió por alegrías y buenos momentos. Grandes
amigas le ha dado, y sé que en especial una. Una por la que ha llorado al verla
partir a su ciudad. Una amiga que estaba a muchos km de ella y que ahora esta cerca. Una amiga que se
ha convertido en una hermana para ella.
Un día, ambas, conocieron a unos
chicos. Unos chicos que poco a poco se convirtieron
en grandes amigos de ellas. Empezaron a quedar y a formar un grupo muy bonito
del cual ella me hablaba mucho. Me hablaba ilusionados de ellos, de lo que reía.
De que salían y entraban juntos. De las fiestas que se daban. Me contaba cómo
eran. De que eran muy buenos. Y de que poco a poco se estaban convirtiendo en
personas muy importantes por ella. Al fin tenia lo que siempre había querido.
Amigos, pero no amigos cualesquiera. Sino de los de verdad. De los que ella
empezaba a querer. Era feliz. Tanto, que la Nochevieja pasada, la pasamos en una casa, casa que estuvo ocupada por unas 12 personas. Personas que ella quería
un montón. Tras volver,, me dijo: “Me siento mal, me siento vacía,
necesito volver a esa casa con todos”. Palabras que me demostraron que
significaba esas personas para ella.
He de decir que cuando ella
considera a alguien que merece la pena, lo da todo. Es la primera que se presta
a cualquier cosa. Lo que haga falta. Sin mirar nada. E intenta hacerlo lo mejor
posible. ¿Pero qué pasa cuando empieza a ver que le fallan por segunda vez?
Cuando cree tenerlo todo, siente
que la historia se está repitiendo de nuevo.
Aunque esta vez no tiene 16 años sino 22 y no está dispuesta a que nadie
la pisotee ni la haga sentirse inferior a nadie. Ese grupo de amigos del que
tanto me había hablado, se desvanece para ella. Tras haberse visto en medio de
una discusión, de la cual no tiene culpa ninguna, sino todo lo contrario, solo
intentó ayudar y hacerle el bien a una persona que quiere muchísimo, vuelve a
sentirse “sola”. ¿Por qué se le falta el respeto, se le grita en mitad de una
calle y nadie pide le perdón? ¿Por qué tiene que hacer como si nada ha pasado y
pasar página con esas personas? ¿Por qué tiene que aguantar eso? ¿Por qué tengo
que permitir verla llorar? ¿Por qué tengo que soportar yo que esas personas le
hagan daño? ¿Por qué esa gente no se para a pensar en ella un poco? ¿Por qué no
piensan en todo lo que ella le ha dado? ¿Por qué personas a las que quiere de
verdad, la decepcionan? Si alguna de esas personas cree que tienen algo malo
para echarle en cara a ella que sean capaz de decírmelo y entonces seré yo quien
pida perdón por haber escrito esto. No pretendo dar pena con esta historia.
Ella hace tiempo que la asumió y la afronté, pero dejad de hacer daño. Dejar de querer ser
el centro del mundo, y ver más allá de vosotros mismos. Porque no solo perdéis
una amiga, perdéis mucho más cosas que solo el tiempo os hará ver. Y hay
personas que pierden mucho.
Os preguntareis quizás porque
me meto en todo esto, pero es que me cansé. Me cansé de las falsas apariencias,
de las falsas amistades, de las amistades convenidas, del hacer daño solo para
joder. De yo quedo contigo, para que la persona vea que hemos quedado. Me he
cansado de que el bueno de la película siempre sea el bueno y no pueda ser el
malo, escuchar engaños, de que se excuse lo inexcusable. Me he cansado de
vuestro “grupo de amigos ideal”. No hay grupo. No hay nada.
Solo me queda decirle a ella,
que aunque la historia vuelva a repetirse, NO ESTAS SOLA, no lo has estado y no
lo estarás. Que lo que no mata, te hace más fuerte.
Ella se desahoga conmigo, yo lo hago aquí.